Tres veranos by Margarita Liberaki

Tres veranos by Margarita Liberaki

autor:Margarita Liberaki [Liberaki, Margarita]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1946-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Nikitas llevaba tiempo sin aparecer por casa.

Pensaba en ella antes de dormir y por la mañana en cuanto se despertaba. Pero nunca soñaba con ella y, durante el día, su semblante permanecía borroso en su mente. Cuando pensaba en ella, era tan agudo el dolor que deseaba sentir indiferencia y, cuando sentía indiferencia, luchaba por poder visualizar su vaga fisonomía. Unas veces decía: «No la quiero»; otras: «La quiero». Pero ninguna de estas afirmaciones era del todo verdadera.

Por eso se ponía en marcha por la mañana con Victoría, a toda prisa, volviendo loco al animal de tanto galopar. Impaciente por ver a Infanta cuanto antes, por el camino era un manojo de nervios y de repente se detenía justo antes de la curva. Decía que era para que tanto él como el caballo recuperaran el aliento. Pero, de haberse sentido libre de veras, se habría dado la vuelta en aquel preciso momento.

La perfección de sus facciones lo asombraba. Caminaba recta, con la cabeza erguida. Sí: la primera vez que se fijó en ella fue en casa de Marios en el instante en que la vio bajar la escalinata de la terraza. Lucía un vestido blanco y el pelo recogido. Era como una rosa blanca en movimiento. Recordó que, de pequeño, solía salir al jardín después de la lluvia, se ponía debajo de los rosales y los agitaba para que derramaran su agua encima de él.

Le faltaba valor. No tenía la experiencia de Stéfanos ni de Emilios. Cuando quería bailar con alguna muchacha, esperaba a que ella le pusiera primero la mano en el hombro.

Con Infanta lo que pasó fue que permanecieron inmóviles un buen rato entre las parejas que bailaban. Hasta se chocaron con los demás. Se ruborizaron, miraron a su alrededor… Ni él se atrevía a estrecharla por la cintura ni ella se decidía a ponerle la mano en el hombro. Pero resultó que sus miradas se encontraron y les dio la risa. Entonces comenzaron a bailar. Y fue un momento íntimo que nadie llegó a adivinar.

No obstante, cuando se tumbaban en el bosque, hablaban como amigos.

Aquel día lo asaltó la idea de cortar una ramita de tomillo y ponérsela en a Infanta en el pecho. Acababan de llegar. Los caballos pastaban un poco más abajo.

Intentó pasárselo por el último ojal de la blusa y ella se inclinó, algo violenta, para ayudarlo. Cuando al poco levantó la cabeza, vio por primera vez la mirada de Nikitas oscura, profunda, extraña, como si bailara un borracho en su interior. «Pues yo no pienso bajar la mía», pensó. Pero era igual que si cayera por una sima profunda y oscura, como si se perdiera en ella. Escuchó los latidos de su corazón una, dos, tres, cuatro veces, pero el momento había pasado. Volvió la cabeza hacia otro lado y respiró profundamente.

—Hoy hemos corrido mucho —dijo—. Estoy muerta de calor.

—Y yo.

En la voz de Nikitas había un atisbo de ira. La miró tumbarse de espaldas, juntar las manos bajo la cabeza y cerrar los ojos.



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